Han concluido las elecciones de medio término, un punto de evaluación que refleja en cierta medida la postura de la gente hacia la gestión y el rumbo del país. El resultado electoral desfavorable para el gobierno –quizás como una expresión de enojo, hartazgo, o simplemente un castigo a un manejo cuestionado por la masa de votantes–, despierta esperanza, confianza, seguridad y expectativa entre los argentinos.
Este empujón optimista conduce a apostar en el país, algo que más gente haría si tuviera la posibilidad. Los compromisos de índole económica –las deudas–, pasan a un segundo plano; la inversión y el ahorro se convierten en la prioridad.
Estas elecciones fueron llevadas a cabo en un país donde rige el cansancio y el agotamiento generalizado. Es así que muchos argentinos han votado con convicción, entusiasmo y satisfacción. Con el mismo grado de certeza, estas personas afirman que el resultado electoral se traduce en una pérdida de poder del Gobierno Nacional.
No obstante, la cuestión se torna controversial: pocos creen que los diputados representan a todos los argentinos. En esta crisis de representación, se convoca al diálogo, un pilar esencial para el eficiente desempeño de la democracia.
En paralelo, la pandemia y sus restricciones han ido aminorando, posicionándose hoy en niveles cuasi pre-pandemia. Por consiguiente, una mayor circulación de la gente en la calle ha rebrotado una preocupación preexistente entre los argentinos: la inseguridad.
En definitiva, el país es visualizado por la gente como un barco cuya tripulación tiene perspectivas contrapuestas. Una mayoría reclama por un giro en el timón direccional; otro grupo –más reducido–, ignora la dirección de la embarcación, ya que el destino es el “hundimiento” y –según estos–, se torna cada vez más inevitable.